La incertidumbre es un estado desagradable para la persona que la sufre. Todos queremos tener seguridad en nuestras vidas, y hay personas que se gastan mucho dinero para ir a consultar a “videntes”, con el fin de, según lo que les digan respecto a sus vidas, ser felices. Estas personas creen firmemente lo que se les dice, y así no están inseguras.
En el relato bíblico de la pasión de Jesús, que leemos en los últimos versículos de Marcos 15 y primeros del 16, leemos acerca de dos mujeres que iban al sepulcro y estaban indecisas y, lógicamente, no tenían la seguridad de cómo entrar en el sepulcro de Jesús, para hacer los rituales que, según la costumbre, se hacían en aquellos tiempos.
“¿Quién nos quitará la piedra del sepulcro?”, decían, ya que éste había sido tapado con una gran piedra que pesaba mucho, y ellas no se veían capaces de poder hacerlo… Estoy segura de que este pensamiento no les era agradable y, quizás, aumentaría la pena que tenían, por la muerte de su maestro. Con todo ello, no se sentaron por el camino para ver si encontraban una solución, y siguieron adelante hasta llegar al sepulcro. Ellas llegaron allí inseguras sobre lo que podrían hacer.
Hoy quisiera que, juntas, meditásemos en nuestras vidas, y nos diéramos cuenta de cuántas incertidumbres almacenamos en nuestras mentes que, como grandes piedras, nos atormentan e impiden que seamos felices. ¿Cuántas piedras tendríamos que quitar de nuestras vidas…? ¿Cuántas preguntas, que todas empiezan con la incertidumbre sobre quién nos quitará la piedra que vemos interpuesta en nuestro camino…?
Cuando estamos haciéndonos estas preguntas, lo que queremos es encontrar a alguien que nos dé confianza para poder descansar. Las mujeres del relato bíblico habían visto la gran piedra que sellaba el sepulcro de Jesús. No era algo que podía ser, o no, verdad. Tenían motivo para preocuparse. Digo esto porque, muchas veces, nosotras nos imaginamos una serie de peligros, contrariedades, etc. que pensamos que van a estar en nuestro camino y que nos van a dificultar la vida; no estamos seguras, y sufrimos innecesariamente imaginándonos grandes piedras en nuestras vidas.
Vamos a pensar en algunas piedras que son tan pesadas como aquella lo era para las mujeres. Si somos personas que no poseemos bienes terrenales, una gran piedra que puede aplastarnos es la piedra de la SUFICIENCIA. ¿Tendremos nuestras necesidades cubiertas…? ¿Nos bajarán la pensión o perderemos el trabajo…? ¿Podremos suplir todas nuestras necesidades…? ¿Quién nos ayudará…? El Señor dice en su Palabra: “Jehová no dejará padecer hambre al justo” (Proverbios 10:3). “Mirad las aves que no siembran y vuestro Padre Celestial las alimenta.” “No os preocupéis por el día de mañana. Vuestro Padre sabe qué cosas necesitáis” (Mateo 6:26 y 34). Aprendamos a descansar en Dios y en su Palabra. Digo esto, contando con que somos personas que hemos vivido sensatamente, pero que aún así sufrimos.
Otra piedra que suele interrumpir nuestro camino, e impide que tengamos paz, es la piedra de la INSEGURIDAD, o sea, el no saber. Saber es algo que muchos anhelamos, y hay quien estudia incluso cinco carreras diferentes, por su afán de saber. El saber no ocupa lugar, dice el refrán español. El saber humano es muy importante, pero más lo es el saber espiritual. El apóstol Pablo era un hombre muy culto y su sabiduría era enorme, pero cuando quiere argumentar sobre su autoridad espiritual dice: “…yo sé a quién he creído y estoy seguro que es poderoso para guardar mi depósito para aquél día” (2ª Timoteo1:12). Toda su fuerza la derivaba de su conocimiento de Cristo. Él estaba seguro y, por lo tanto, era feliz, porque sabía lo más importante. Hay quien se lamenta toda su vida por no haber estudiado. Nunca es tarde para aprender. En la Biblia leemos: “si alguno tiene falta de sabiduría, pídala a Dios el cual da a todos abundantemente” (Santiago 1:5). La sabiduría, que quiere decir que practicamos lo que sabemos, nos es necesaria para todas las áreas de nuestra vida. En Proverbios leemos: “porque Jehová da la sabiduría y de su boca viene la sabiduría y la inteligencia” (Proverbios 2:6). Que esta sea nuestra súplica al Señor, para remover esta piedra, y alcanzar la sabiduría para nuestra vida.
El miedo a la SOLEDAD cuando vemos el transcurrir de la vida…, la pérdida de familiares, amigos…, circunstancias adversas que hacen que estemos solas, es otra piedra que nos hace exclamar: ¿quién estará conmigo cuando…? Los creyentes somos muy afortunados si sabemos acudir a la Palabra de Dios y leer: “Mira que te mando que te esfuerces y seas valiente; no temas ni desmayes, porque Jehová tu Dios estará contigo en donde quiera que vayas” (Josué 1:9). Si somos capaces de confiar en la Palabra de Dios, y en lo que Él ha prometido, esa piedra puede desaparecer de nuestras vidas, y seremos fuertes y valientes y no nos sentiremos solas. Pensando en esta piedra, te aconsejaría, si eres joven, o de mediana edad, que cultives una afición por algo que te distraiga y que te produzca satisfacción. Eso te ayudará a no sentirte sola. Lo peor que puedes hacer es sentarte y pensar en lo que no tienes. Haz amigos, o ayuda a alguien que te necesite. Por teléfono también se puede cultivar una amistad.
La INCREDULIDAD es una de las piedras más pesadas y que más daño nos puede hacer. La incredulidad es el arma más poderosa que el diablo puede utilizar para dañarnos. Nosotros pasamos por dificultades, contratiempos, infidelidades de quienes pensábamos que eran amigos; pero siempre lo superamos creyendo que el Señor no nos dejará ni nos abandonará, como dice en su Palabra. El Señor es nuestra roca, y a ella nos agarramos; ahora bien, si el diablo nos hace dudar del Señor y de su Palabra…, si perdemos nuestra seguridad y nuestra mente empieza a dudar: ¿será verdad que el Señor me oye? ¿será verdad que el Señor se cuida de mí y está dispuesto a socorrerme…?, entonces empezamos a tambalear, y nos quedamos sin agarradero. Si no quitamos esta piedra, la derrota es casi segura.
Lo opuesto a la incredulidad es la FE, y este es un requisito indispensable para agradar a Dios. La fe es para el creyente, como el aire para el pájaro, o el agua para el pez, simplemente no se puede vivir sin ella. Hay quien va cargado de amuletos de todas clases, creyendo que cada uno de ellos puede solucionar un problema. Se cree en todo tipo de cosas, velas a santos, oraciones, romerías…, pero no se cree en Dios. ¿Tan difícil es creer en Dios…? Él no nos defrauda. Dios no pide una gran fe. Basta la fe como un grano de mostaza, la más pequeña de las simientes,… y, sin embargo, no siempre somos capaces de descansar en Él. Lo importante no es cuán grande es tu fe, sino cuán grande es el Dios en el que tú crees.
Por ser creyentes, no estamos exentos de las piedras que, ya sean físicas y reales, como era la del sepulcro y que preocupaba a las mujeres, o sean mentales y que nos fabricamos nosotras mismas. Se dice que el peor enemigo de cada uno es el que lleva dentro de sí. Sabemos que un pensamiento negativo se quita poniendo otro positivo en su lugar. Cambiemos nuestra tendencia o inclinación a ver siempre lo negativo, lo difícil, lo imposible, lo que pensamos que nos ocurrirá y nos dañará. Vayamos a nuestra fuente de VIDA que es la Palabra de Dios: “Bástate mi gracia porque mi poder se perfecciona en la de debilidad”; “porque nada hay imposible para Dios”; “¿no te he dicho que si creyeres, verás las gloria de Dios?; “mi presencia irá contigo y te hará descansar”; “y hasta la vejez yo mismo, y hasta las canas… yo hice, yo llevaré, yo soportaré y guardaré”.
Que ninguna de estas piedras en las que hemos pensado nos impidan entrar al sepulcro vacío, y escuchar las palabras del varón con vestiduras blancas: “no está aquí sino que ha resucitado. Acordaos de lo que os habló cuando aún estaba en Galilea”. Recordemos siempre las palabras de Jesús y tendremos una vida mucho más satisfactoria.
(publicado en NOSOTRAS 49 / 2012, páginas 6-7)